“El espacio proporciona una referencia a la memoria, y si menudo la engaña es porque los recuerdos se desvían, viajan y son en sí mismo infieles. El día en que el espacio acomete contra la memoria destruyendo sus referencias para substituirlas por simulacros, ya no queda nada que pueda retener los recuerdos: su huida se acelera, se alejan sin ninguna esperanza de regreso.”
                            -Marc Augé, Ficciones de fin de siglo

   Hace un par de días, un familiar cercano que es un ingeniero exitoso (que vive, trabaja y casi nunca sale de Santa Fe), me sorprendió con una invitación: 
– Vamos al Mercado Roma, yo invito.
– Claro –le respondí, después de haber sentido algo raro en la panza.
Me emocionó la idea de salir con mi familiar a comer, quizá tomar un trago, platicar con él como tanto me gusta. Es algo que no ocurre frecuentemente, y accedí de inmediato. No fue hasta que hoy por la mañana, cuando vi este meme, que recordé el pequeño retortijón que me dio me invitaron por unas chelas en el Mercado Roma. 
La gentrificación es una palabra que hemos aprendido recientemente. Viene del inglés, gentry, que describe a la élite. En el contexto de la Ciudad de México, también decimos que una zona se está afresando. A lo largo de la última década, el centro de la Ciudad de México se ha ido gentrificando, especialmente las delegaciones Cuauhtémoc y Benito Juárez. En las colonias Roma-Condesa-Juárez (y un cada vez más largo etcétera), se ha asentado una creciente población de jóvenes que, a través de su inquietud empresarial, exposición cultural y capacidad adquisitiva, ha transformado sus viviendas, sus negocios, sus centros nocturnos, sus foros culturales y hasta sus mercados. Estamos hablando de zonas de la ciudad que se habían desocupado por las consecuencias inmobilarias e infraestructurales del sismo de 1985, donde lo que no se cayó se quedó roto y hasta inservible. Eran zonas que pedían nueva vida a gritos. Celebro que una población tan creativa haya decidido habitarla (yo también me mudé por allí), pues he visto una gama de proyectos que han optado por involucrar e inspirar a las comunidades que ya se encontraban allí. Sin embargo, no ignoremos otra consecuencia que conlleva la gentrificación, o afresamiento, de la ciudad: las rentas y los impuestos al predio suben. Y cuando ya no puedes pagar la renta o el predial, te tienes que ir. En esta ciudad eso significa que te tienes que ir lejos, probablemente muy lejos.
La densidad poblacional del centro de la Ciudad de México está creciendo. Los precios de los nuevos metros cuadrados que allí se construyen son mucho más altos que los de la periferia. Para que hayan nuevos metros cuadrados, se deben demoler los viejos y por lo tanto, a quien trabaja o vive allí. Se van porque no tienen opción, pues la presión económica que se les impone (a veces con violencia y hasta tolete) es demasiado angustiante. Recordemos a la Policía de la Paz en las favelas de Río de Janeiro. En la Ciudad de México, estudiar los cambios de los precios de renta por m² nos permite ver cómo zonas como la Colonia Roma se vacían de los intereses de los ciudadanos mientras que se llenan de los intereses del mercado inmobilario. Las tortillerías se convierten en cupcakerías. En otras palabras: se está volviendo una colonia excluyente, creada por un sector poblacional, para ser consumida por ese mismo sector poblacional. Algo así como Santa Fe. Quizá por eso a mi familiar ya no le incomoda la idea de cruzar Periférico y Circuito Interior: ya tiene una sucursal de Santa Fe cerca de donde yo vivo.
Aún no he tenido la necesidad de ir al Mercado Roma, pues hay otros mercados más cerca de donde vivo. No dudo de la calidad de sus productos. No dudo de la calidad de diseño que ostentan sus aparadores, estanterías e interiores. De hecho, muchos de mis compañeros diseñadores me cuentan ya de lo enamorados que están con el proyecto. Sus elogios contienen frases como “qué buen reciclaje arquitectónico”, “esto es regeneración urbana”, o “vaya manera de reactivar a la comunidad”. Existe un discurso global en los medios de difusión del diseño que profesa que esta es la nueva tarea de la arquitectura y el urbanismo: resignificar las “cosas” y “crear lugares”. Yo estoy de acuerdo. Con lo que no estoy de acuerdo es con el mecanismo que está resignificando mi ciudad: el consumo.
Me remito a otro ejemplo: Safari en Tepito. Como describe la página web de la Secretaría de Cultura del Distrito Federal, Safari en Tepito es:

“[…]una travesía conducida por los propios habitantes del barrio a través de sus calles, sus casas y sus historias. Ocho actores nos acompañan en este viaje a descubrir los inmensos paisajes que nuestros prejuicios nos impiden ver. Safari en Tepito es una alegre provocación al encuentro con el otro.”
De allí la Secretaría se aboca a convencer al lector de que se trata de un “concepto exitoso” creado en Europa para combatir estigmas territoriales y la discriminación sociocultural. Su método consiste en que un foráneo se hospede y comparta el “modo de vida” del local… por un periodo de tiempo limitado, dos semanas. Después, el foráneo crea una representación teatral (es en serio) de aquella cotidianidad vivida, misma que se ejecuta frente a nuevos foráneos/visitas, quienes también son invitados a habitar en el territorio local… también por un tiempo aun más limitado, cuatro horas. Safari en Tepito es entonces una atracción turística que utiliza al barrio de Tepito, junto con sus casas y habitantes, para mostrar, en un espacio seguro, una imagen de la ciudad de duración de 240 minutos.
Hay gran peligro en presentar a la ciudad como una “imagen segura”, pues le roba a la misma su dimensión política: aquel barullo de individuos que a consensos y disensos, utilizan a la ciudad más allá de sus curiosidades culturales – la usan para vivir. Cuando se dice “Tepito amigable”, y se avista por sólo 240 minutos, también se dice “Tepito comprensible”. Pronto, será “Tepito remediable”. Allí es cuando inicia la gentrificación: cuando alguien un día dice “hay un problema allí”. Llegarán los urbanistas, los arquitectos y los tomadores de decisiones con sus proyectos de reciclaje arquitectónico, de regeneración urbana y de reactivación comunitaria. Nada de eso hubiera sido necesario si por décadas la gestión de la ciudad no se hubiera empeñado en ser sectorial, sorda, corrupta y discriminatoria, ignorando la mayoría de sus zonas (con todo y sus contribuyentes de impuestos) para atender sólo un pequeño cúmulo de colonias. “Tepito habitable”. “Tepito consumible”. 
Santa Fe. Mercado Roma. Tepito. Garibaldi. Tlaxcoaque. Glorieta de los Insurgentes. La Alameda. Regina. La Santísima. La Merced. San Juan. Etcétera. Etcétera. Etcétera.
El meme con el que inicié puede ser gracioso, pero responsabilizar a los hipsters de la gentrificación de la Ciudad de México señala un pobre entendimiento del fenómeno. Hay tres factores que determinan dónde, cómo y cuánto se gentrifica la ciudad. Primero, los llamados rent gaps, o diferenciales entre el costo real de la renta de un inmueble y el costo especulativo. Ambos factores son manipulados por intereses privados (el mercado inmobilario) tanto para presionar a habitantes en desventaja económica y política para que desalojen sus hogares como para lograr márgenes de ganancia desproporcionadamente altos. El segundo factor tiene que ver con el rol del gobierno local a través de los planes de desarrollo urbano y zonificación, ya sea desatendiendo su cumplimiento, o modificándolo a conveniencia de los intereses de las inmobilarias; ambas practicas de corrupción son lubricadas por aquellos altísimos márgenes de ganancia que le prometen (y cumplen) las empresas inmobilarias a los servidores públicos con poder de decisión. El tercer factor es discursivo e involucra a la tormenta mediática que tanto el Gobierno del Distrito Federal, como los gobiernos de ciudades alrededor del mundo, han lanzado hacia la ciudadanía: la ciudad es segura, la ciudad es abierta, la ciudad es participativa. En cada spot televisivo o de radio, en cada valla o anuncio impreso, en cada rebrand y en cada cambio de paleta cromática, el gobierno del Distrito Federal nos está diciendo que en realidad es el #GobiernoCDMX: que la memoria de nuestra ciudad es un tema que se debate sobre un restirador de diseño y no en las calles. Nos está diciendo que requerimos de una identidad unificada, como si se tratara del empaque de un producto consumible.
La gentrificación es un problema cuando desplaza a habitantes de sus hogares, de su arraigo territorial, pero se vuelve una enfermedad grave cuando se escapa de los predios privados e inunda las banquetas, las calles y las plazas: el espacio público. Volteemos a ver a las colonias cerradas con acceso controlado. Bosque Real. City Santa Fe. Mitikah. El secuestro intermitente del Zócalo. Los Parques de bolsillo, construidos sobre las migajas viales que dan mucho servicio a cafés y boutiques y poco servicio a hogares y barrios. Nuestros escasísimos parques públicos enrejados y sobrereglamentados. Ejemplos más extremosos en el mundo: Marina Bay en Singapur, The World Islands en Dubai, Canary Wharf en Londres. ¿Cuál es el cuerpo que esta enfermedad infecta? Es a la ciudad, la polis, que en su más llana definición no se refiere a un conjunto de edificios y calles (públicos o privados), sino a un cuerpo de ciudadanos, es decir, de personas derechohabientes.
Otra palabra que viene del griego antiguo: idiota, que se refiere a aquél o aquella que no participa en la vida pública. Participación cara a cara, no a través de Twitter, no a través de un voto. Participación que se da, que se negocia, en el espacio público, sobre la calle, diario.
Cuando el espacio publico se privatiza, la ley se sustituye con un reglamento privado. Es allí cuando nos convertiremos en idiotas de facto, pues habremos permitido la construcción de la ciudad más “segura y conveniente” para vivir, y nos dirán: “Lo siento, esta plaza no es para protestar. Esta calle es para transitar, no para permanecer. Retírese, por su propia seguridad”. Viviremos entonces en una ciudad hecha para ser consumida y remodelada cuando caduque la moda en turno, no para ser vivida y reinterpretada día con día. Viviremos en la ciudad espectáculo y espectacular, destino y no camino, imagen y no vivencia, recuerdo y no memoria, monumento y no memorial.
Con esta última idea quisiera terminar. Estamos en riesgo de perder la memoria de nuestra ciudad, de todas las ciudades en el mundo - aquella energía viva, burbujeante, mutable y libre que es imposible de convertir en una campaña de publicidad, en marca o en identidad gráfica. La estamos sustituyendo por monumentos fijos que nos dicen qué debe ser la ciudad y cómo debemos ser nosotros en ella. ¿Quiénes harían tal cosa? Estos: los que desean transformar porque alguien dijo que estaba desaprovechado, los que quieren limpiar porque alguien dijo que está sucio y los que quieren embellecer porque alguien dijo que está deforme. Antes de tomar el lápiz, de trazar una sola línea, antes de disponerse a resolver los problemas de la ciudad con las fórmulas que las conferencias, las aulas y los talleres nos han impartido, los invito a que observen a quién lo dijo. Observen por qué lo dijo.
La ciudad no está sobre el restirador: esa persona no lo dijo porque quiere más ciudad, lo dijo porque quiere más dinero.

1) Cebey, Georgina, and Diego Olavarría. "Gentrificación: El Caso Del Mercado Roma." Letras Libres. N.p., 25 June 2014. Web. 9 Apr. 2015. <http://www.letraslibres.com/blogs/polifonia/gentrificacion-el-caso-del-mercado-roma>.
2) Lees, Loretta, Hyun Bang Shin, and Ernesto López Morales. Global Gentrifications: Uneven Development and Displacement. Chicago: U of Chicago, 2015. Print.
3) Minton, Anna. "What Is the Most Private City in the World?" Editorial. The Guardian. N.p., 26 Mar. 2015. Web. <http://www.theguardian.com/cities/2015/mar/26/what-most-private-city-world>.
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