No necesitamos otro monumento a la impunidad
Un arquitecto forense nos explica por qué construir un monumento a las víctimas del sismo del 19s es una pésima idea.
1919, 1957, 1979, 1985, 2017. En la memoria de la Ciudad de México hay recuerdos de supervivencia ante incontables sismos. Si le preguntas, la Ciudad te confesará que aunque al inicio no estaba segura de por qué se movía, un día entendió que nació sobre un lago y que se arraigó entre placas tectónicas y sobre un corredor volcánico. La Ciudad te dirá que con el tiempo aprendió que tenía que construirse de una forma distinta, con estrictos cálculos de ingeniería y creó instituciones para asegurar que la vida estuviera segura dentro de sus estructuras. Si le preguntas sobre 2017, te contará que el terremoto la sorprendió en la oficina o en la escuela, que al inicio tuvo miedo e incluso se paralizó, pero que después se llenó de valor, empatía y solidaridad. Te contará sobre el gran dolor de perder edificios, pero se le quebrará la voz cuando te cuente de los hermanos, profesores, madres e hijos que perdió. Tras un sollozo, la Ciudad te dirá que en esos sismos recordó lo que hace 32 años pensó que ya había aprendido. Te contará que no quiere volver a perder otra vida, que se quiere reconstruir para que jamás se vuelva a caer, que quiere aprender para que nunca más le suceda esto.
En 2017 la herida más grande que recibió la Ciudad fue Álvaro Obregón 286 en la colonia Roma Norte. Ahí murieron 49 personas. Existen documentos que señalan que desde 1997 las autoridades y los dueños del edificio sabían que estaba en riesgo de colapso. La actual Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda (SEDUVI) y la Secretaría de Protección Civil se escudaron detrás de la omisión de administraciones anteriores, asumiendo que así se librarían de su obligación de garantizar seguridad en el inmueble. Tuvieron razón. Exactamente 32 años después el edificio se cayó a pedazos, dejando la impunidad como una de las muchas consecuencias de ignorar la memoria. Durante los siguientes días, los habitantes de la Ciudad tuvimos que capacitarnos, algunos por segunda vez, en todo lo que nuestras autoridades se empeñaron en ignorar. Aprendimos a verificar, a hacer acopio, a rescatar y a transportar, pero también aprendimos que la corrupción inmobiliaria mata, y que el gobierno local es su cómplice.
A nueve meses de la tragedia, la muestra más cruel de aquél insidioso proceso de olvido es la convocatoria para el Parque Memorial 19S que el gobierno de la Ciudad de México lanzó a los capitalinos a través de la SEDUVI el 28 de marzo de 2018 para construirse en ese mismo predio. Se trata de un proyecto con presupuesto asignado de 60 millones de pesos, 46 para la expropiación del predio y 14 para su construcción. 60 millones de pesos son suficientes para dar vivienda digna, segura y suficiente para al menos 40 familias. Este concurso, dirigido a arquitectos, urbanistas y paisajistas –no a víctimas, vecinos ni ciudadanía organizada– buscó que a través del diseño dejáramos un cómodo testimonio de la angustia que causó la tragedia, pero también del “heroísmo” que manifestamos los capitalinos durante aquellas semanas. En otras palabras, sentenciaron más importante reivindicar las emociones de pérdida y orgullo que el conocimiento y las acciones que nos sacaron del peligro.
¿Qué hacer frente a esta amnesia? He estudiado desde hace siete años la forma en que la memoria puede ayudarnos a crear espacios útiles y vivos. Si tengo una cosa que enseñar, es esta: los memoriales y los monumentos no son sinónimos. De hecho, no entender que son opuestos es parte de lo que facilita tanto que en México olvidemos las causas de fondo que están detrás de las tragedias que nos ocurren, condenándonos a vivirlas una y otra vez. En resumen, los monumentos ocupan el espacio público con el objetivo de ser un obstáculo para el olvido; mientras que los memoriales crean espacio público (físico, jurídico, institucional, virtual, etc.) propicio para tomar acciones encaminadas a evitar que la tragedia conmemorada se repita. Recordar no es suficiente. Tenemos que ir a las causas y crear espacios de trabajo para prevenir tragedias y ejercitar la memoria.
En abril de 2013 fui invitado a asesorar a los familiares de las víctimas de la tragedia en la discoteca New’s Divine, para el diseño de un memorial. Cuando llegué a aquel proyecto, los arquitectos de la Delegación Gustavo A. Madero, junto con arquitectos de la Agencia de Gestión Urbana, tenían listo un proyecto de 12 estelas de mármol, una para cada víctima fatal, cada una con su placa. Un monumento, pues. Con el apoyo de los familiares logramos interrumpir ese proceso y comenzamos una larga pero necesaria labor de veintiocho meses para crear un memorial que trabajara para que aquello no volviera a ocurrir. Entre varias familias, diez organismos del gobierno local, cuatro organizaciones de la sociedad civil y la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal logramos, no solo crear un espacio físico, sino una institución cultural que hoy por hoy da talleres gratuitos de educación, salud y cultura en una zona marginada a la que los programas sociales difícilmente llegan.
Esta disposición a crear proyectos integrales, fuera de agendas políticas, que deriven en procesos de verdad, justicia y memoria la he aplicado en otros casos que acompaño desde hace varios años: la Guardería ABC; los asesinatos de Ricardo Cadena y Lesvy Berlín Osorio, y más recientemente, los sismos de 2017. En todos hay causas comunes: criminalización de la juventud, corporativización de los servicios públicos, violencia de género y la corrupción inmobiliaria.
¿Deseamos afrontar estos retos y prevenir sus consecuencias? Entonces dejemos de hacer monumentos, que son ciegos carpetazos a los expedientes jurídicos que solo apapachan nuestras espaldas e intentan convencernos de que la intención es lo que cuenta, o aún peor, de que es suficiente construir un altar donde anualmente dejamos ramos de flores a secar.
¿Queremos estar mejor preparados para el siguiente sismo? Lo último que necesitamos es un gesto alegórico dictado por un concurso convocado por SEDUVI y Protección Civil, esas instituciones que nos fallaron durante décadas y que ahora muestran una falsa empatía y pretenden ser juez y parte en un nuevo teatro para el desvío de recursos públicos. Un problema tan hondo no lo va a resolver un jurado deliberando qué despacho de arquitectos diseñará el objeto que sacará las mejores lágrimas; las necesarias para que ahora sí no aceptemos minar las instituciones que nos deberían garantizar seguridad estructural. Si queremos un memorial, queremos verdad, memoria y justicia.
Queremos saber, por ejemplo, quiénes fueron los funcionarios públicos y actores privados que permitieron que el edificio en Álvaro Obregón 286 siguiera operando bajo ese nivel de riesgo. Queremos saber por qué y cómo es que ese terreno se está expropiando, para asegurarnos que no se trate de una maroma que podría liberar del cargo de homicidio culposo a sus dueños, esas personas que durante años prefirieron cobrar renta antes que reestructurar la propiedad.
Queremos que se cumplan responsabilidades: procesos jurídicos transparentes con sanciones que adviertan que en esta ciudad poner en riesgo la vida se castiga. Queremos saber cuáles fueron las leyes (anteriores y actuales), las presiones, los incentivos (económicos, sociales y de todo tipo) para que esas personas tomaran decisiones tan equivocadas. Queremos cambiar leyes, instituciones y programas para que los metros cuadrados de la ciudad dejen de ser botín empresarial y regresen a ser patrimonio colectivo, equitativo y ambiental; que garantice el respeto de los derechos humanos, la vivienda, el agua, el libre esparcimiento y la integridad física.
Queremos un espacio que sea una herramienta para apoyar acciones ciudadanas de respuesta ante desastres naturales, donde haya acopio permanente de todas esos insumos que fuimos a conseguir: picos, palas, motosierras y cortadoras de punta de diamante. Queremos un espacio preparado para recibir el siguiente esfuerzo de Verificado, donde nos coordinemos entre privados y entidades de gobierno para eficientar recursos, desde donde salvemos las vidas que hoy y mañana estarán en riesgo. Queremos un lugar desde donde podamos llamar a nuestras autoridades a rendir cuentas sobre las políticas públicas que nos hacen vulnerables ante sismos, donde hagamos público un Atlas de Riesgos y tengamos mapeados todos los edificios dañados hasta tener certeza científica de lo que hay que hacer para garantizar su seguridad. Eso es un memorial, pero SEDUVI, los organizadores del concurso y su jurado no se atreven a enunciarlo, porque saben que de hacerlo de esta forma se les acabaría el negocio.
Rechazamos una convocatoria diseñada por un puñado de funcionarios de trayectoria corrupta comprobada y arquitectos que se doblan a los intereses inmobiliarios que nos debilitan. Rechazamos un concurso que, alejado de los ciudadanos, decidió con un fallo inapelable (que se dio a conocer 8 días tarde en medio de un caos de desacato entre SEDUVI y Jefatura de Gobierno), darle la victoria a una triada de despachos de arquitectos que en ningún momento se sensibilizaron políticamente con quienes perdieron sus hogares o familiares durante el sismo.
Cómo es posible que, sin diálogo, esta propuesta haya sido elegida para interpretar por qué nos pasó esto y qué tenemos que hacer para prepararnos. Cómo podemos permitir que se impongan unos muros monumentales de concreto que crean el cliché del vacío inútil.
Queremos que haya una discusión con las víctimas para que no tengan que revivir todos los días su tragedia, durante los próximos meses, años o décadas. Queremos involucrar a los vecinos que padecen las consecuencias de las malas decisiones de ésta y pasadas administraciones, y queremos involucrar a las organizaciones de la sociedad civil que trabajan diario para subsanar estos problemas
No queremos un monumento más a la impunidad y al olvido, queremos el memorial que nos prepare para el siguiente sismo. Queremos salir de la emergencia y reconstruir con transparencia y conocimientos científicos para que no nos volvamos a caer.